El 2024 cerraba con ilusión para los hinchas de Rampla Juniors. El empresario estadounidense Foster Gillett concretaba la compra del club y su transformación en Sociedad Anónima Deportiva, con el aval de 131 de 157 socios en una asamblea extraordinaria. El anuncio fue rimbombante: contrato por 30 años, nuevo escudo, refacciones en el estadio, fichajes de jerarquía y un futuro con "jugadores de selección", según dijo su representante Guillermo Tofoni. El “Grupo Foster” —como se autodenomina el fondo inversor— prometía modernizar de raíz al club del Cerro, que venía de descender a la segunda división uruguaya y arrastraba una deuda de aproximadamente 7,5 millones de dólares. El mensaje era claro: refundar al “Picapiedra” desde los cimientos con una inyección millonaria. Pero seis fechas después del inicio del torneo 2025, la realidad es otra. Rampla no ganó ningún partido, sumó apenas 2 puntos y, lo más alarmante, no convirtió ni un solo gol. El equipo es colista absoluto y el clima en el club es de crisis total. El entrenador Leandro Somoza está en la cuerda floja, y los hinchas ya piden su renuncia. El contraste entre la puesta en escena del proyecto y el presente deportivo es evidente. Las incorporaciones, la renovación de imagen institucional y hasta los entrenamientos en plazas públicas no se han traducido en resultados. “El equipo no ha metido goles en seis fechas”, resumen medios uruguayos, y con razón. La paciencia empieza a agotarse, y la gran pregunta es si Gillett podrá cumplir con las promesas de modernización o si se repetirá la historia que lo persiguió en Argentina y otros clubes del mundo: promesas rotas, inversiones dudosas y sospechas de incumplimientos financieros. Por ahora, el “nuevo Rampla” es más marketing que fútbol.