La pelota todavía no había empezado a rodar en el Stade de France y ya había un protagonista que se robaba todas las miradas. En el templo parisino, ante más de 80.000 almas, el fútbol le rendía homenaje a uno de los máximos íconos argentinos del deporte mundial: Carlos Bianchi. Con paso sereno, sonrisa emocionada y el trofeo en las manos, el Virrey fue el encargado de ingresar la Copa de Francia al campo de juego antes del duelo entre Paris Saint-Germain y Stade de Reims, dos equipos que, además de compartir historia en el fútbol galo, también comparten un ídolo: el propio Bianchi. Ídolo de dos mundos Si en Boca es sinónimo de gloria eterna, en Francia el apellido Bianchi también se escribe con letras doradas. Fue goleador en cinco temporadas de la Ligue 1, anotó 139 goles con la camiseta del Reims y otros 71 con la del PSG. Nadie lo discute: es el delantero argentino más letal que haya pisado tierras francesas. Bianchi dejó su huella indeleble en la Ligue 1 durante los 70, una época donde su potencia, su olfato goleador y su jerarquía lo convirtieron en un nombre de culto. En Reims lo consideran una leyenda, y en PSG fue el faro de los primeros años del club en la élite. Tanto es así que, a sus 75 años, todavía cosecha cariño y respeto en cada rincón del fútbol francés. Reconocimiento con ovación La ovación que recibió al ingresar el trofeo fue unánime. Los hinchas de ambos equipos se pusieron de pie para aplaudir al argentino. Acompañado por su esposa Margarita, visiblemente emocionado, Bianchi levantó la copa al cielo como en sus mejores épocas y selló una noche de homenaje total. Pero eso no fue todo: el Senado de Francia lo distinguió recientemente por su aporte al fútbol y a la relación bilateral entre Argentina y Francia. Un mimo institucional que se suma al reconocimiento popular que nunca perdió. PSG campeón, pero Bianchi fue la estrella El PSG hizo lo suyo dentro del campo: goleó 3-0 al Reims con goles de Barcola (2) y Hakimi, levantó su 16ª Copa de Francia y ahora se enfoca en la final de la Champions ante el Inter de Lautaro Martínez. Sin embargo, para muchos, la imagen más fuerte del día no fue la de Marquinhos levantando el trofeo, sino la del Virrey pisando el césped como lo hacía en sus días de gloria. No hubo necesidad de que toque una pelota: con su sola presencia, Carlos Bianchi demostró que sigue siendo eterno. "Carlos, Carlos", coreaban los franceses. El Virrey no necesita traducción.