El calendario marcaba domingo 26 de mayo de 1985 cuando la Selección de Carlos Bilardo aterrizó en San Cristóbal (Venezuela) para dar el primer paso rumbo a México ’86. El torneo élite continental exigía un formato tan feroz como directo: cuatro selecciones (Argentina, Venezuela, Colombia y Perú) jugaban todos contra todos, ida y vuelta, en apenas 40 días, y solo el primero clasificaba directamente al Mundial; el resto debía jugar un repechaje.   Pero la noticia que estremeció la previa no fue táctica, sino casi de guerra. Diego Maradona, “El Diez” que volvía de Italia y de capitanear la Albiceleste tras relegar al Kaiser Passarella, sufrió una patada brutal en la rodilla derecha al bajar del micro rumbo al hotel El Tama. El impacto, relatado por el propio Diego en sus memorias, le destrozó el menisco y lo hizo transitar noches de desvelo con hielo y dolor. Sin embargo, la terquedad de Maradona y el criterio del doctor Oliva lo mantuvieron en pie para el debut . El escenario futbolístico comenzó a moverse en el Monumental de Núñez, donde Argentina jugó ante Venezuela con un equipo plagado de estrellas: Fillol; Clausen, Trossero, Passarella y Garré; Ponce, Russo, Burruchaga; Maradona, Pasculli y Gareca. Solo a los tres minutos, Maradona marcó de tiro libre el 1-0. Pero el duelo pronto se complicó: Torres igualó de potente zurdazo, Passarella madrugó con un 2-1 y Maradona volvió a inflar la red de cabeza. Parecía un baile… hasta que Márquez sorprendió con el 3-2 definitivo y recordó que aquel equipo aún no había aprendido a dominar sus demonios . Lejos de hundirse, Bilardo y su camada se subieron al avión a Bogotá. Siete días después, el 2 de junio, sacaron a relucir su mejor versión en El Campín: un 3-1 contundente con doblete de Pasculli y uno de Burruchaga que desnudó la superioridad mental de la Albiceleste frente a la altura y la presión local . Pero la cita más recordada llegó en Lima, el 30 de junio de 1985. Con la clasificación al filo —Perú necesitaba ganar y Argentina solo empatar— el Monumental limeño se transformó en una olla a presión. Una plancha tremenda de Camino a Franco Navarro calentó aún más el trámite, y el marcador se movió con un gol de Pasculli y la sorpresiva remontada cafetera con tantos de Uribe y Barbadillo. Argentina, ya al límite, necesitaba un milagro. El “Tigre” Gareca, suplente castigado, ingresó y sintió el clamor popular: “¡Que entre Gareca!”, pedían miles. Y fue tal la fe, que Jorge Valdano le susurró a Burruchaga antes de saltar: “Vos sos el indicado”. A falta de 10 minutos, Burruchaga recogió un rebote tras un córner y, con un derechazo que se estrelló en el palo antes de besar la red, llevó el delirio a cada rincón de la tribuna. La clasificación estaba consumada . Así empezó aquel viaje de sangre, sudor y sobresaltos que culminó un año después con Diego alzando la Copa del Mundo en el Azteca y compartiendo la gloria con sus compañeros en el Balcón de la Casa Rosada. Fue el anticipo perfecto de la odisea que consagró a la Generación Dorada del fútbol argentino.